Como ya expliqué en el último relato, la aventura, el verdadero viaje, se había acabado cuando crucé la frontera con Estados Unidos. Allí todo era fácil, la tarjeta de crédito servía para pagar en cualquier parte, había gasolineras cada diez minutos y podías dejar las cosas encima de la moto y entrar a cualquier sitio sabiendo que al salir todo iba a estar donde lo dejaste (bueno, tampoco sé si hubiese sido diferente en otro país, era más la sensación de seguridad). La gente es amable (muchísimo), internet funciona en todas partes… resumiendo, la aventura se había acabado. Esta sensación junto al cansancio acumulado durante los últimos tres meses más la ola de calor infernal que recorría el sur del país y que me acompañó todo el trayecto hasta Miami, hicieron que mi paso por los Estados Unidos estuviese envuelto en una nebulosa, como si fuese un sueño al que había despertado después del verdadero sueño que acababa de realizar. Iba un poco como un zombi, medio atontao, siguiendo ciegamente al señor del GPS (aquí sí que lo tenía todo claro), yendo de ciudad en ciudad y durmiendo en hostales de carretera. Salvo en Nueva Orleans que estuve un par de días, en el resto sólo pasaba la noche, y apenas vi nada. En Austin estuve en un hostal en la misma autopista y sólo salí del hostal para comerme un McDonald. En Houston sí que me di un paseo por el centro e incluso fui al cine (algo que echaba mucho de menos después de tres meses en la carretera).
En Nueva Orleans fue otra historia. Allí hice amigos y como estuve unos días pude conocer la ciudad de verdad, no como un simple turista. Estuve en un concierto, jugué al beisbol en un parque, paseé por el casco antiguo e incluso vendí cuadros en un mercadillo en la calle. También tuve un momento tenso con dos policías. Dos típicos policías americanos, grandes y gordos y con una mala leche incrementada por mi acento. Le estaba dando una vuelta a la novia de uno de mis nuevos amigos, nunca se había montado en moto y llevaba todo el día mirando a la Lupe con los ojos de una niña chica delante de una tienda de juguetes. Por la noche me preguntó si le daba una vuelta y la llevé un rato por las calles casi vacías de Nueva Orleans. Como sólo tenía un casco les pregunté si en ese estado era obligatorio llevarlo y no me supieron contestar. “Aquí van muchos sin casco” es lo más que supieron decirme, así que asumimos que no era obligatorio…pero sí que lo era. Sí, sí, ya lo sé, una tontería que no debería haber hecho, aquí en España no voy ni a la esquina sin el casco, pero me dejé llevar por el momento y la cara de entusiasmo de la chica.
Nos fuimos a un parque que a esas horas estaba vacío para poder pegar un par de acelerones ya que le estaba apasionando eso de correr con el viento en la cara y tal. Y en una de esas aparecieron dos patrullas con las luces iluminando todo el parque y cortaron la calle cual Starsky y Hutch a pesar de que yo ya estaba parado y tragando saliva mientras la chica no paraba de decir “shit, shit, shit…” lo que no me tranquilizaba mucho. Cuando vieron que no era peligroso una de las patrullas se fue y los dos policías de la otra empezaron a interrogarme y pedirme los papeles. Lo mejor vino cuando me preguntaron si tenía carnet de conducir, les dije que sí, que tenía uno internacional, y el poli malo dijo “no existe un carnet internacional” con cara de pocos amigos…mal empezamos. Se lo enseño y empieza a reírse “¿pero esto qué es?” le enseño la página donde viene explicado en inglés y seguía riéndose: “pero si esto te lo hacen en la calle nosequé por diez dólares, esto no me sirve para nada…además, qué hacéis sin casco?” En fin, no os voy a contar toda la conversación pero al final me libré de todo. Resulta que con el carnet español podría haber conducido legalmente por allí, pero no lo llevaba encima, y el señor policía llegó a la conclusión de que mi carnet internacional en realidad era únicamente una traducción del carnet español…yo no le llevé la contraria, si eso le valía, pues que fuese lo que él quisiera. “Y en cuanto a los cascos…” nos miró con mirada de poli malo durante unos segundos (cómo les gusta una película a estos señores) y dijo “esta vez les voy a dejar ir, pero vayan a casa directamente”, con cara de perdonarnos la vida.
Nueva Orleans me encantó. Dicen que es muy europea, que no es como el resto de EEUU. No sé, el caso es que el aire que se respira allí es muy relajado, y de mayor libertad, más que en Europa. Se puede beber en la calle, hay conciertos y fiestas por todas partes y tiene un casco antiguo de lo más bonito. Hay mucho turista, eso es cierto, pero casi todos en Bourbon street y alrededores, así que no molestan demasiado.
Me fui de allí sin muchas ganas, no sólo por irme de la ciudad sino porque significaba que sólo quedaban tres días para acabar mi viaje…
En Tallahassee pasé por la zona de las universidades y hermandades alpha-kappa-gamma y vi cómo los universitarios copiaban todo lo que habían visto en las películas de universitarios mil veces. Vi cómo entraban en una fiesta todos en fila, gritando uuuuuuh y levantando los brazos como si aquello fuese la fiesta del siglo. Vi cómo jugaban al beisbol con un oso de peluche y un palo de golf en el jardín de una de las hermandades. Incluso vi cómo, a eso de las ocho de la tarde, ya sacaban a uno inconsciente de otra de las fiestas.
El tres de Julio llegué a Daytona Beach. La verdad es que toda la costa este de Florida es lo mismo, kilómetros y kilómetros de hoteles y restaurantes a pie de playa. Lo primero que me chocó fue que se pudiera circular por la playa y que incluso tenían señales para regular el tráfico por ella. La gente va a la playa con el coche, aparca en la parte de arriba, saca las neveras, sombrillas, barbacoas, etc (lo que el español lleva andando, cargado hasta las orejas) y allí se pegan el día, con la comodidad de la casa en plena playa…
También estuve en el famoso circuito de Daytona. Bueno, sólo lo vi por fuera, porque ese día había carreras y cuando pregunté por el precio de la entrada me miraron como a un extraterrestre y me dijeron que no había entradas desde hacía semanas. Pero bueno, pude escuchar el ruido de los coches y hacerle fotos a la Lupe junto a los camiones de los equipos.
Me quedé allí para la fiesta del 4 de julio. Durante el día estuve escribiendo en la habitación y dando paseos por la playa, con la sensación esa de final del verano, del último domingo antes de volver al colegio. Definitivamente el viaje se acababa. Vi que a la noche había un espectáculo de fuegos artificiales en la playa, a pocos kilómetros del hostal y decidí acercarme a verlos. Y los vi, pero cuando acabaron todo Daytona Beach se metió en sus coches e intentó salir a la vez de allí. Me pegué dos horas metido en un atasco, y eso que iba en moto…
Al día siguiente llegué a Fort Lauderdale, el último destino antes de la meta en Miami. Esa noche me fui a un italiano, que allí es donde van a cenar para celebrar algún acontecimiento. Y allí celebré mi llegada conmigo mismo. No podía evitar tener una sonrisa en la cara durante toda la cena, con la mirada perdida en el plato de pasta, recordando tantos momentos, tantos sitios…no podía creer lo que acababa de hacer, 23.000 km por el continente americano en tres meses y medio, en solitario y en moto. Increíble. Quién me lo iba a decir a mí, que tan sólo cinco meses antes había dejado de ver foros de viajes en moto porque creía imposible que fuese a hacer uno en los próximos años y ver los de los demás me empezaba a sentar mal. Y sí, lo había hecho. “Increíble”, no paraba de pensar, “increíble”.
Al día siguiente vinieron a buscarme al hotel Carlos Gohringer de IMM (gracias por venir) junto a los amigos de Motorcycles of Miami para acompañarme en los últimos kilómetros del viaje hasta su sede en Miami. Mientras esperaba en el hall del hotel, mirando al suelo, vi el contraste de mis botas llenas de tierra y la impecable alfombra “si estas botas hablasen”, pensé.
Cuando llegaron, después de los abrazos, las fotos y demás, nos sentamos a charlar sobre el viaje. En un momento me di cuenta de que hablaba rapidísimo, estaba emocionado hablando de todo lo que me había pasado, mientras contaba algo se me venía otra imagen a la cabeza…s que habían sido tantas cosas en tan poco tiempo…
Y ahí se acabó el viaje. Esa noche Carlos me llevó a cenar con sus tíos a un italiano después de dejar a la Lupe en el garaje de su casa. Eso sí que fue duro, cuando me di cuenta de que iba a separarme de ella, probablemente para siempre, no pude evitar emocionarme. Yo no soy de ponerle nombres a las motos, les hablo poco (como dijo el gran Ian Coates, “es una moto, por qué le iba a hablar?”), pero después de lo que habíamos vivido juntos era imposible no sentirse unido a esa moto. Me había sacado de varios momentos difíciles, habíamos evitado ser arrollados por todos esos camiones, habíamos esquivado casi todos esos boquetes en las carreteras, habíamos superado el mal de altura juntos…así que entre lágrimas le dí las gracias y nos fuimos. Hasta luego Lupita, espero que volvamos a vernos…
En el aeropuerto de barajas, después de muchas horas en el avión (el viaje se hizo eterno, sin poder dormir por los nervios) y de esperar siglos a que saliera mi maleta la última de todas, por fin se abrieron las puertas y allí estaba mi novia. No había gente haciendo fotos, nadie me preguntaba por mi viaje, nadie sabía lo que había hecho… pero fue la mejor bienvenida que pude tener. Nadie mejor que ella sabía lo que había hecho, nadie mejor que ella sabía contra qué había tenido que luchar para completar el viaje. Gracias.
Y a todos los que habéis estado ahí, gracias por acompañarme durante el viaje, espero que os haya gustado…a mí me ha encantado.
¡Hasta la próxima!
Epílogo. 17 de Julio del 2.012, 7:15 a.m.
Hoy no he dormido. Y no es que esta noche haya salido de marcha por ahí, no he bebido ni me he tomado un simple café y ayer no me eché una siesta veraniega de esas de tres horas. Nada que justifique esta ausencia total de sueño.
Tampoco tengo un ataque de ansiedad ni nada que me preocupe demasiado. Por supuesto tengo cosas que me rondan la cabeza, la falta de trabajo, problemas de salud de algún amigo, problemas sentimentales de otro… pero en general, desde que he vuelto del viaje estoy bastante tranquilo y en paz con el mundo.
Pero es que desde hace unas horas tengo una sensación que no tenía desde hace muchos años, una sensación de desubicación, o mejor dicho de querer estar en otra ubicación…quiero estar en Nueva Orleans escuchando a los músicos callejeros tocando jazz, quiero estar en Nuevo Laredo pasando miedo, quiero estar en DF emborrachándome con mezcal, quiero estar bañándome en Tulum o en el cenote Ik Kil, quiero estar perdido en los barrios marginales de Belize City, quiero estar sentado en lo alto de la torre IV de Tikal, quiero estar en Antigüa, acampado junto a Andreas y Sabine y su África Twin, quiero estar en la cima del volcán Maderas comiéndome un mango, quiero estar en Tortuguero, dando un paseo en barca por los manglares escuchando el sonido de la selva, quiero estar conduciendo bajo la lluvia en Costa Rica y Panamá, quiero estar sobrevolando el tapón de Darien, quiero estar en Villa de Leiva con Olivia, quiero estar tomando café con Mike y Nata en Bogotá, quiero estar en Quito escuchando cómo el cielo se cae sobre nuestras cabezas, quiero estar en Lima comiendo ceviche, quiero estar encima de una duna gigante en el oasis de Huacachina, quiero estar en una avioneta sobrevolando las líneas de Nazca, quiero estar conduciendo la Lupe bajo la nieve camino de Puquio, quiero estar en Machu Picchu escuchando las historias inventadas por el guía, quiero estar en La Paz tomando cervezas con Tomás, quiero estar en el salar de Uyuni cegado por el reflejo del sol, quiero estar tirado en la arena en medio del desierto de Atacama, quiero estar conduciendo atiborrado a aspirinas con cafeína por las eternas rectas argentinas, quiero estar ante las cataratas de Iguazú, con las lágrimas saltadas, quiero estar en el Gogy, en Buenos Aires, comiéndome un menú de 30 pesos con Jorge y los tacheros…
Ingenuo de mí, durante estos diez días que llevo en España pensaba que el viaje no me había tocado tanto…¿cómo voy a poder dormir si en los últimos cuatro meses he vivido en un sueño?
No sé qué responder cuando me preguntan qué es lo que más me ha gustado del viaje, tampoco sabría decidir con qué país de los que he visitado me quedaría, no sé qué contestar cuando me preguntan a qué lugar volvería si sólo pudiese elegir uno… no sé qué responder a todas esas preguntas que me hace la gente cuando se interesan por el viaje. La única pregunta para la que sí que tengo una respuesta clara, en la única en la que no dudo, es cuando me preguntan qué ha sido lo más duro del viaje. Eso lo tengo claro…lo más duro del viaje es volver.
Gonzalo, eres un desubicado suertudo. Piensa que ya apenas tienes que soñar, sólo pensar y recordar lo vivido. Aunque pensándolo mejor¡¡¡ nunca dejes de soñar…lo mejor aún está por venir!!!
Gracias Ana…eso es cierto, tengo mucha suerte, no sólo por el viaje…
apenas me entero de tu aventura muy interesante ¡¡¡¡ y eso de hablarle a la moto tampoco es lo mio, pero tienes razón por esa unión que uno siente …..un abrazo desde México¡¡¡¡¡
Gracias Pedro!
México…me enamoré de tu país, y su gente!!