Cuzco, al día siguiente de ver Machu Picchu.
Ese día me levanté con ganas de moto. Después del día de turisteo, y sabiendo que nos esperaba una buena carretera de curvas, estaba ansioso por divertirme con la Lupe. Cuano salíamos de Cuzco pasamos por uno de esos cruces con mucha vida; puestos de comida, gente esperando algún tipo de transporte público, talleres, llanterías (aquí a las cubiertas les llaman llantas) y mucha gente cruzando de un lado a otro. Por esas zonas se pasa de por si muy despacio, pero el suizo vio a una anciana que estaba cruzando y frenó de golpe como a siete metros de ella. Yo también la había visto, pero no me esperaba que el suizo frenara tan pronto y frené en seco para no comérmelo. La frenada no fue en recto, el manillar estaba un poco girado y al frenar tan de golpe perdí el equilibrio, fui a poner el pié y, una vez más en mi vida, me faltó una cuarta de pierna y se me cayó la moto de lado. De pronto media calle se paró a ver al tonto del gringo con la moto tirada por los suelos. Rápidamente uno de los vendedores ambulantes me ayudó a levantar la moto y me fui como si allí no hubiese pasado nada.
Más adelante paré para cerrarme la chaqueta y puse la moto justo encima de una parte más elevada de la deformada carretera, de nuevo la moto se inclinó otra vez demasiado para mis piernas. Caída ridícula por segunda vez en una mañana. Unos obreros de la carretera me ayudaron a levantarla y me fui otra vez como si nada. Al suizo ni le conté esa segunda vez (él iba delante y no lo vio), que ya era muy ridículo.
La carretera estaba en muy buen estado y tenía buenas curvas, así que empezamos a divertirnos y a correr un poco más. Normalmente cuando vas solo, vas más despacio, con más precaución. Pero al ir con el suizo me sentía más seguro. Una tontería porque si me caía me iba a hacer el mismo daño, pero qué le vamos a hacer, el ser humano es así de tonto a veces. Y así, en una curva en la que entraba bastante rápido, no vi que había arena y se me fue la rueda delantera a unos ochenta kilómetros por hora en plena curva y con el quitamiedos amenazante a todo lo largo de la misma. En un acto reflejo pude evitar caerme, puse la moto recta y poco a poco fui frenando con el abs saltando en las dos ruedas hasta evitar llegar al quitamiedos (ridículo nombre para un motero al que, normalmente, le da precisamente más miedo que otra cosa). El suizo, que lo vio desde atrás yo creo que se asustó más que yo, y me dijo que me había visto ya en el suelo.
Esto me sirvió para recordarme dónde estaba. En sudamérica debes ir más atento de lo normal. Te puedes encontrar cualquier cosa en el camino, gente cruzando, animales, un riachuelo que cruza la carretera en medio de una curva… A partir de ahí, entre las dos caídas tontas y el susto fui mucho más concentrado…pero tengo que reconocer que no mucho más despacio. La verdad es que me estaba divirtiendo como hacía tiempo no me divertía encima de una moto, y el suizo también. Y así pasaron las horas, con miles de curvas, obstáculos en la carretera, adelantamientos a camiones…y a las cuatro de la tarde habíamos hecho poco más de 300 km… estaba claro que no llegábamos a Nazca de día, pero aún así pensábamos que llegaríamos.
Pero con el anochecer la cosa se complicó, las curvas, cada vez más cerradas, estaban llenas de boquetes y subía metros muy rápidamente. Así llegamos a una meseta que estaba a unos 4300 metros de altitud y, aunque se acabaron las curvas cerradas, comenzó la lluvia. Yo ya iba preparado, con todas las capas de la chaqueta y los pantalones, los guantes de invierno y los puños calefactables encendidos…¡y menos mal!, después de la lluvia vino el granizo, y después la nieve. Encima de todo esto tuvimos algunos sustos con vacas, alpacas y toda clase de ganado que cruzaba la carretera cuando le apetecía. Y cuando quedaba una hora hasta Puquio (el pueblo que se había convertido en nuestra nueva meta), tocaba bajar unos 2000 metros y volvieron las curvas. Ya lo teníamos todo, curvas de noche, nieve, granizo, lluvia, carreteras en mal estado… Cuando llegamos al pueblo nos miramos con esa cara mezcla de agotamiento y satisfacción de alguien que ha superado un obstáculo que en otro momento se le habría antojado imposible.
En Puquio llegamos a la conclusión de que era el pueblo más triste del mundo. Me aposté la cena con el suizo a que no conseguía que la camarera sonriese una sola vez…y gané. En fin, evidentemente la gente tiene sus problemas y no seré yo el que juzgue sus vidas, pero llamaba la atención que no viésemos a nadie sonreír ni una sola vez ni consiguiéramos nada aparte de miradas serias y contestaciones con monosílabos.
Al día siguiente nos fuimos a Nazca. Ya casi llegando, paré a quitarle el forro a la chaqueta que al bajar tanto, el calor empezó a ser bastante serio. Saqué el pasaporte y la cartera con todas las tarjetas y DNI del bolsillo del forro para volver a meterlo en el de la chaqueta, e hice una gonzalada y lo dejé todo encima de una de las maletas. A la media hora, cuando paramos en un hotel para preguntar precios, vi que encima de la maleta seguía todo…casi se me para el corazón. Una vez más, la suerte que tengo con este tipo de cosas me salvó de una pesadilla de papeleos y un retraso importante.
Mientras regateábamos el precio de la habitación, le comente a la recepcionista que quería ver las famosas líneas, así que esta llamó a un amigo suyo que se dedicaba a eso y me dijo que había una plaza libre en el avión que despegaba en media hora, así que si quería ir, tenía que recogerme en cinco minutos. Fui corriendo a la habitación, me quité el disfraz de romano y el tipo me llevó corriendo al aeropuerto que está muy cerca del hotel.
Mientras hacía el papeleo vi pasar a una tipa con la mirada perdida que iba directa a la puerta que separa la sala de espera con las pistas de aterrizaje con tres tipos detrás intentando frenarla. Era evidente que la señora no estaba muy bien de la cabeza. Además tenía una voz extraña y hablaba soltando un gallo cada dos palabras. Cuando le convencen de que todavía no podía montarse en la avioneta me doy cuenta de que iba en la misma que yo. Las otras dos plazas las ocupaban dos japonesas que por lo que me contaron después llevaban sufriendo a la locuela todo el día.
Por fin nos montamos en la avioneta, yo con la loca a mi lado. Ella seguía a lo suyo y cuando estábamos acelerando para comenzar el despegue, empezó a darle golpecitos en el hombro al piloto y a preguntarle cuanto duraba el vuelo. Mientras tanto yo descubría que esto de montar en avioneta es como meterse en una coctelera gigante. Además al copiloto se le olvidó abrir los conductos que echaban aire hacia atrás, y a los dos minutos estábamos las japonesas, la locuela y yo empapados en sudor. Y mientras el copiloto nos decía lo que deberíamos estar viendo en un inglés macarrónico difícil de entender, el piloto comenzó la sesión de tortura. Por lo visto a esa hora (como las 12 de la tarde), con el calor que sube del suelo se producen muchas turbulencias. “Es que esto hay que hacerlo muy temprano” me dijo el piloto. “pues ya podías habérmelo dicho antes de montarme, campeón”, pensé yo. Además las líneas no es que se vean claramente, son casi del mismo color que el resto de la tierra y cuesta bastante descubrirlas.
A todo esto la locuela no paraba de buscar cosas en su bolso y de hablarle a todo el mundo a pesar de que nadie la podía oír por los auriculares y el ruido del motor. En un momento dado empezó a darme manotazos en el brazo para que le hiciera caso. Me quité los cascos y entre gritos repletos de gallos me dice
-¿Esto es nOrmAl?
Y me enseñó uno de los extremos del cinturón en una mano y otra tira que no tenía nada que ver en la otra mano.
Yo me quedé embobado intentando descifrar qué me quería decir, y como tardé en contestarle más de dos segundos, la locuela empezó a gritar otra vez.
-¿es nOrmal? ¿qué pAsa quE no me EntiEndes? ¿tú no erAs EspAñol? ¿es nOrmal?
Y entró en bucle mientras me pasaba por delante de la cara los dos extremos.
-¡Hazle una fOto!
-¿perdón?
-¡Hazle unA fotO!
-pero…
-¡hazle Una fOto! ¡me pOdría mAtar! ¡hAzle unA fOto! ¡les vOy a dEnunciAr!
Mientras hacía en gesto de unir los dos extremos, cosa que evidentemente no se podía.
Cuando mi cerebro entendió lo que pasaba, cogí el extremo del cinturón que tenía en la mano, el otro extremo que colgaba en un lateral del sillón, los enganché y se lo apreté. No volvió a hablar en el resto del viaje…afortunadamente.
Si os soy sincero, yo a los diez minutos estaba deseando que aquello se acabase. Me esforzaba en disfrutarlo, siempre me había hecho ilusión eso de ver las líneas de Nazca, pero es que el ligero mareo y el calorcillo del principio, se fueron convirtiendo en ganas de vomitar (suerte que no había desayunado esa mañana que si no habría puesto a las japonesas perdidas) y un calor asfixiante. Y el piloto venga a dar bandazos mientras el copiloto nos gritaba por los cascos:
-over dear, ander de güín, de monqui
y yo allí, intentando ver un mono en aquellos rayajos.
Por fin aterrizamos. Las japonesas y yo aplaudimos entre cachondeo y yo creo que felicidad de que aquello hubiese acabado. La loca no se movía. Y me fui al hotel a beberme una cerveza en la piscina.
Al día siguiente el suizo y yo nos separamos. Él tenía poco tiempo para hacer el viaje e iba todo el día conduciendo “like a maniac”, y mis paradas para hacer fotos y vídeos no le venían nada bien. En principio coincidiríamos otra vez en Quito, donde él paraba a hacerle la revisión a la moto, pero en realidad los dos sabíamos que con cualquier retraso en mi ruta, no nos volveríamos a ver. Y así fue.
Mi siguiente parada era en Ica, desde donde debía ir a visitar la Reserva Nacional de Paracas. Pero cuando llegué al hotel en el que había reservado habitación, descubrí que estaba al pie de una gigantesca duna dentro del oasis que es el balneario de Huacachina…y estaba muy cansado…y tenían piscina…y tenía que montar un vídeo… vamos que me quedé, subí a la duna, me pegué un baño y monté un vídeo.
El resto de la ruta por Perú fue un poco monótona a partir de ahí. La ruta del interior por lo visto era más interesante, pero la de la costa se hacía un poco aburrida, ya que eran rectas enormes, con muy pocas curvas,a un lado las playas y al otro desierto, montañas peladas y dunas. No me malinterpretéis, un paisaje increíble, pero se repetía todo el rato y no era la primera vez que veía ese paisaje y mejores, me había hartado de desierto en Chile y Bolivia. Bueno, menos el mar, esa novedad me dio la vida. Como digo se hizo un poco monótono…hasta que aparecieron los señores policías.
La historia ya la conté en un vídeo y no quiero ser más pesado, pero básicamente me hicieron lo que a muchos turistas, me pararon, me dijeron que había pasado muy rápido por un radar y que, o me retenían la licencia mientras iba a pagar una multa de 432 soles o les ayudaba con gasolina para el patrullero. Al final les di unos 4 euros en bolivianos y no volví a parar en ningún control. Me puse la visera solar del C3, ponía la cabeza mirando hacia delante y, como no podían verme los ojos, yo hacía como que no les había visto.
Como decía la ruta se me hizo un poco monótona en el resto del Perú, salvo un par de cosas que hicieron que saliera de esa monotonía. Una fue Lima. La entrada fue brutal, primero el tráfico comenzaba a ponerse más y más denso a unos cuantos kilómetros antes de llegar a la ciudad, y de repente el tráfico se paró prácticamente y avanzaba mucho más lento. Y en un momento dado vi el motivo del repentino parón. La carretera era de dos carriles para cada sentido, y en la acera de la derecha había un grupo de gente agolpada, mirando hacia la mediana. Yo no veía qué era porque en el carril de mi izquierda había un camión, pero la gente se veía que estaban disfrutando del espectáculo. Sabía que tenía que ser algo grande por la emoción de sus caras y el interés por llegar a la primera fila. A partir de ese momento no había atasco, estaba claro que fuese lo que fuese lo que miraba la gente, era el motivo de que estuviésemos parados. En un momento dado el camión de mi izquierda se quedó parado pero mi fila comenzó a andar, y cuando adelanté al camión pude ver, durante dos segundos, lo que la gente estaba mirando. En la mediana habían colocado una especie de trípode encima de una alcantarilla, en la parte de arriba había una polea de donde colgaba, cual saco de patatas, un ser humano. No sabría decir si era un hombre o una mujer, el cuerpo estaba completamente hinchado, con un color amarillo-verdoso y, en los dos segundos que lo vi,sólo me dio tiempo a ver la cabeza colgando sobre su pecho, con dos mechones de pelo largo, y la soga que le daba dos veces la vuelta al cuerpo, una que le apretaba la hinchada barriga y otra por debajo de los brazos.
Vaya recibimiento me estaba haciendo Lima. Menos mal que el resto no tuvo nada que ver con eso. Me alojé en la Casa de Baraybar, un sitio muy bien cuidado, con un servicio muy amable y eficiente que me dejó meter la moto en el jardín. Allí estuve dos noches, para poder escribir en el blog y la verdad es que estuve muy bien.
Lima me gustó, a pesar del tamaño, no daba el agobio de otras capitales que había visitado en el viaje. El hotel estaba cerca del Malecón de la Marina, por el que me di un paseo antes de comer en un restaurante de buffet libre, donde por fin probé la buena comida tradicional que tanta fama le da a Perú.
De Lima me fui a Huarmey y de allí a Piura. De Huarmey sólo vi el hostal, que está en la misma Panamericana, donde tuve un rato de charla con un señor que me imagino que sería el padre del dueño o algo así. El señor era el único que se llevaba bien con Homero, un loro que según el señor “vivía amargo” y estaba todo el día gritando. El señor me contó su paso por el servicio militar, y sus dos años en la frontera con Ecuador. Para mí, ese rato que pude emplear en una charla con ese hombre, es de lo que están hechos los viajes. Mucho más que ver los monumentos de visita obligada en cada sitio, me enriquece mucho más saber cómo se hizo el señor los tatuajes del brazo. Yo puedo pasar por París sin ver la torre Eiffel, me da igual, la he visto mil veces en fotografía, para mi es más importante la gente, me interesan mucho más sus historias que saber cuantos tornillos tiene la torre Eiffel o cuantos metros mide exactamente.
Bueniiiisimoooo Gonza ¡¡¡ parece que estoy ahi,con vos.Pero desde aca ,sigo con vos ¡¡¡¡ABRASOO
Jajaja gracias Jorge, aquí te siento, a mi lado!
En un mismo relato has dejado claro que lo mejor y lo peor de un viaje puede ser la compañía y estoy totalmente de acuerdo.
Enorme la conclusión final y el dueño de Homero (que se parece un poco a Tan)…además a mí me han comentado un par de veces que París está sobrevalorado.Y me lo ha dicho un amigo que a visto casi medio mundo ya así que tendrá algo de razón,no?jajajaj
Jajaja es cierto, París está sobrevalorado…prefiero Villa de Leyva, en Colombia.
¡Qué bueno tío! Me he hartado de reír con la loca y la avioneta. El oasis espectacular.
Gracias Adán. El oasis era increíble, y lo mejor es que no me lo esperaba, fue una sorpresa enorme!
Muy buena aventura, lo de la loca espectacular, son de las situaciones que uno se pregunta ¿Siempre me tiene que tocar a mi? Y Lima, no sabia que era tan bonito.
Otra cosa ¿Cuantos kilómetros llevas recorrido?
Jajaja ya te digo, y con lo del muerto fue igual, pensaba, aquí rescatarán muertos de las alcantarillas todos los días o es que tengo un imán pa las cosas raras? jajaja
En cuanto a kilómetros, llevo unos 15 mil y pico…un montón!